Perú se quedó otra vez sin presidente del Consejo de Ministros y sin Gobierno, en medio de un paro nacional del transporte que impactó de forma disímil en un país torturado por la violencia y por la deriva política. Los transportistas bloquearon distintos puntos de la geografía nacional para exigir mano dura contra la violencia.
La zona más afectada volvió a ser el sur de los Andes; incluso los turistas en Cusco y Machu Picchu sufrieron ayer los contratiempos de otras épocas de protestas.
En semejante escenario juramentó como nuevo primer ministro Eduardo Arana, el gran favorito, quien hasta ahora ejercía como ministro de Justicia. De hecho, se le conocía en el mentidero político de Lima como el premier en la sombra. La presidenta no ha dudado a la hora de elegir como mano derecha a alguien de su bloque de fieles más cercanos.
El nuevo Gobierno peruano es totalmente continuista, sabedor de que se enfrenta al último año antes de las elecciones. Pese a los reclamos de la propia Boluarte ("¿Por qué somos menos las mujeres?"), sólo tres ministras aparecieron en la foto oficial junto a sus 16 compañeros masculinos.
Mientras en el palacio las cosas iban despacio, el país asistía a la ceremonia política con indiferencia o con rechazo tras la renuncia del martes de Gustavo Adrianzén, un cadáver político desde sus declaraciones sobre la matanza de mineros ilegales en Pataz. Las encuestas confirman lo que se siente en las calles: en Perú, casi nadie quiere a sus políticos, ni a los del Gobierno ni a los parlamentarios.
El último sondeo de Ipsos es de una vehemencia pocas veces vista: sólo el 2% de los peruanos apoya la gestión de Dina Boluarte, con el 94% en contra. Ni siquiera Nicolás Maduro alcanza semejantes cifras.
Pese a ello, Adrianzén se despidió del país con un optimismo ciego, el de esos políticos que adoran hablar ante el espejo: "Las páginas de la Historia que hoy estamos completando no son sino aquellas que leerán nuestros hijos y nuestros nietos. Sólo entonces se hará justicia al atrevernos a gobernar al país en sus horas más difíciles. Sólo entonces se sabrá que lo hicimos todo por el Perú y que lo hicimos con punche".
Le precedieron en las últimas horas distintas acciones que airean el estado de incertidumbre que reina en el Perú político y que confirma, una vez más, que lo mejor del país andino es su sociedad, capaz de mantenerse a flote en medio de semejante impericia, que ha llevado a nombrar 65 ministros de Estado -con enroques incluidos- desde su llegada al poder en diciembre de 2022 tras el fracaso del autogolpe de Estado de Pedro Castillo.
Adrianzén nombró, en un martes enloquecido, a tres ministros, obligados a renunciar a sus cargos horas después. Además, negó en dos ocasiones de forma tajante que fuera a dimitir.
De espaldas también al país, Boluarte reclamó al Congreso un permiso para viajar a Roma entre el viernes y lunes para asistir a la entronización del Papa León XIV, a quien Perú siente como suyo tras su misión como misionero y obispo durante más de dos décadas en el norte del país. La presidenta insistió en su deseo de viajar al Vaticano, pese a que ya se le impidió hacerlo para el entierro del Papa Francisco. Incluso invitó a las presidentas de los poderes legislativo y judicial. La jueza suprema Janet Tello ya hizo pública su negativa a participar en el paseo papal.
Boluarte y Adrianzén suman varios escándalos entre ambos, en un ejercicio político sostenido únicamente por los intereses partidarios de quienes calculan al milímetro de cara a las elecciones presidenciales del año que viene. Fue la deserción de alguno de estos apoyos, ante la moción de censura contra Adrianzén prevista ayer en el Congreso, lo que provocó su salida furtiva y la consiguiente crisis total del gabinete.
En esta ocasión, el fujimorismo maniobró en contra de la presidenta, que mantiene como gran aliado al centroderechista César Acuña, gobernador de La Libertad. Eso sí, todo indica que seguirá sosteniendo al binomio Boluarte-Arana.